domingo, 6 de agosto de 2017

Referencia a seis cuentos de Ray Bradbury, 1948, 1952

Lo que sigue abajo se publicó el primer sábado de septiembre de 2006, en el diario local Opinión, dentro de una separata de título La bicicleta con textos por diversos escritores, seleccionados por el autor de este cuaderno. La URL http://www.opinion.com.bo/PortalNota.html?CodNot=114389&CodSec=7 dejó de contener este material.

Referencia a seis cuentos de Ray Bradbury, 1948, 1952

Resúmenes de cuatro cuentos

“El asesino”, interno en el loquero por destruir, aplastar, matar radioteléfonos, intercomunicadores, micrófonos, radios, parlantes de aparatos de reproducción de sonido, para librarse del control del jefe, el amigo, la esposa, el hijo y hacer el silencio para sí, está feliz y contento, espera que su ejemplo cunda.

A “El basurero” que gusta de su trabajo de recoger la basura de la ciudad, le instalan una radio en el camión y le dan instrucciones de priorizar el recojo de cadáveres cuando estalle la bomba; imaginar los detalles del procedimiento lo ensombrece; deja de gustarle su trabajo y le propone a su mujer irse a vivir al campo, a cultivar la tierra, criar ganado.

En “Sol y sombra”, Ricardo corre a gritar al fotógrafo y las modelos que usan la agrietada pared de su casa, y hasta a su hijo, como fondo, que no lo hagan, que se vayan a otros lugares; su pobreza no es artificial, merece respeto; como ellos siguen fotografiando, Ricardo se interpone a la cámara, bajando sus pantalones a cada disparo; así los espanta; sus vecinos empiezan a comprender qué hizo y por qué.

Un ciudadano, "El peatón", es capturado por el coche no tripulado, automático de policía, el único coche policía de la ciudad de 3 millones de habitantes, con niveles cada vez menores de delito. Su delito es caminar, a una hora, las 9 de la noche, en que todos están dentro de las casas, mirando la televisión. Fueron muchos años los que este ciudadano, que no tiene televisor -- otro delito -- disfrutó de largas, solitarias caminatas nocturnas, dibujando rutas diferentes en la extensión urbana, sin oír sus propios pasos quedos, increpando en voz baja, solo sí mismo, a los enclaustrados, obnubilados vecinos que cometen cada vez menos delitos, burlándose de ellos, de su reclusión. Pero esta noche, descubierto al fin, deberá pagar, en el Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas, su crimen, el caminar. Dos pasajes del cuento: "Llegó a una parte ... donde dos carreteras cruzaban la ciudad. Durante el día se sucedían allí atronadoras oleadas de autos ... [que] corrían hacia lejanas metas tratando de pasarse unos a otros... Pero ahora estas carreteras eran como arroyos de una seca estación, solo piedras y luz de luna". (página 21) Un poco antes en el recorrido: "La calle era silenciosa y larga y desierta, y solo su sombra se movía, como la sombra de un halcón en el campo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto, inmóvil, podía imaginarse en el centro de una llanura, un desierto... invernal y sin vientos, sin ninguna casa a mil kilómetros a la redonda, sin otra compañía que los cauces secos de los ríos, las calles". (página 20)

Fragmentos de "El gran choque del último lunes"

Nota: Este cuento usa velocidades no creíbles para ciclistas o bicicletas comunes.


Trastabilló, con sangre en la cara, la chaqueta, los pantalones desgarrados y gimió largamente, petrificando a todos los parroquianos de la taberna.
-- Un choque -- murmuró. -- Un choque en el camino --. De pronto, se le doblaron las rodillas y se desplomó.
-- Un choque! -- ...
-- Pero -- dijo el norteamericano en voz baja, confundido -- nunca en mi vida oí hablar de un accidente semejante. ¿Está seguro de que no hubo ningún automóvil? ¿Sólo dos hombres en bicicleta?
-- ¿Sólo? -- El viejo gritaba. -- Santo Dios, señor. Un hombre, sudando la gota gorda, puede subir a sesenta kilómetros por hora. Cuesta abajo, una bicicleta llega a noventa o noventa y cinco. Y ahí vienen estos dos, sin luces delanteras ni traseras...
-- ¿No hay una ley en contra?
-- ¡Al demonio las intromisiones del gobierno! Y ahí vienen, sin luces, volando a casa, de un pueblo a otro. Pedaleando como si los persiguiera el mismísimo Pecado. En distintas direcciones, pero del mismo lado del camino. `Vaya contrarruta, es más seguro`, dicen. Mire ahora a estos muchachos, bien destrozados por todos esos embustes oficiales ¿Por qué? ¿No lo ve usted? ¡Uno lo recordó, y el otro no! Sería mejor que los funcionarios se callaran la boca. Pues aquí están los dos, moribundos...
-- ¿Moribundos?
-- Bueno, señor, piénselo. ¿Qué hay entre dos hombres sanos de cuerpo que se lanzan endemoniadamente por el camino de Kilcock a Meynooth? Niebla. Nada más que niebla. Sólo la niebla para impedir que les choquen las cabezas. ... Bang. Y ahí van los amigos, volando a tres metros de altura, con las cabezas juntas, como dos queridos amigos que se encuentran, agitando el aire, con las bicicletas agarradas com,o gatos. Entonces caen y se quedan allí, sintiendo que se acerca el Ángel Oscuro.
-- ... Bueno, sólo el año pasado en todo el Estado Libre, ¡no hubo una noche en que un alma no se encontrase con otra en un choque fatal!
-- ¿Quiere decir que más de trescientos ciclistas irlandeses mueren todos los años chocando unos contra otros?
-- Por Dios que es verdad, y es una pena

Fragmentos de "El dragón"

Atención: la "ráfaga" de la que este cuento habla puede representar la industrialización, los "soles negros", el "millón de hojas carbonizadas" puede ser la quema de combustibles fósiles por las máquinas industriales, entre ellas los trenes y otros vehículos. Fijarse qué dice Bradbury que les pasa a las cabezas de los hombres, y a los hombres, y qué clase de lugar se crean así los hombres.


... la noche temblaba en el alma de los dos hombres, encorvados en el desierto, junto a la hoguera solitaria; la oscuridad les latía calladamente en las venas, les golpeaba silenciosamente en las muñecas y en las sienes.
Las luces del fuego subían y bajaban por los rostros despavoridos y se volcaban en los ojos como jirones anaranjados. Cada ... espiaba la respiración débil y fría y los parpadeos de lagarto del otro. Al fin, uno de ellos atizó el fuego con la espada.
-- ¡No, idiota, nos delatarás!
-- ¡Qué importa! --dijo el otro hombre--. El dragón puede olernos a kilómetros de distancia. Dios, hace frío. Quisiera estar en el castillo.
-- Es la muerte, no el sueño lo que buscamos...
-- ¿Por qué? ¿Por qué? ¡El dragón nunca entra en el pueblo!
-- ¡Cállate, tonto! Devora a los hombres que viajan solos desde nuestro pueblo al pueblo vecino.
-- ¡Que se los devore y que nos deje llegar a casa! ... ¡oh, Dios, escucha! Este dragón, dicen que tiene ojos de fuego, y un aliento de gas blanquecino; se lo ve arder a través de los páramos oscuros. Corre echando rayos y azufre, quemando el pasto. Las ovejas, aterradas, enloquecen y mueren. Las mujeres dan a luz criaturas monstruosas. La furia del dragón es tan inmensa que los muros de las torres se conmueven y vuelven al polvo. Las víctimas, a la salida del sol, aparecen dispersas aquí y allá, sobre los cerros. ¿Cuántos caballeros, pregunto yo, habrán perseguido a este monstruo y habrán fracasado, como fracasaremos también nosotros? ... aquí estamos los dos, solos, en la comarca del dragón de fuego. ¡Que Dios nos ampare!
-- ¡Si tienes miedo, ponte tu armadura!
-- ¿Para qué? El dragón sale de la nada; no sabemos dónde vive. Se desvanece en la niebla; quién sabe a dónde va. Ay, vistamos nuestra armadura, moriremos ataviados.
Enfundado a medias en el corselete de plata, el segundo hombre se detuvo y volvió la cabeza.
En el extremo de la oscura campiña, henchido de noche y de nada, en el corazón mismo del páramo, sopló una ráfaga arrastrando ese polvo de los relojes que usaban polvo para contar el tiempo. En el corazón del viento nuevo había soles negros y un millón de hojas carbonizadas, caídas de un árbol otoñal, más allá del horizonte. Era un viento que fundía paisajes, modelaba los huesos como cera blanda, enturbiaba y espesaba la sangre, depositándola como barro en el cerebro. El viento era mil almas moribundas, siembre confusas y en tránsito, una bruma en la niebla de la oscuridad; y el sitio no era sitio para el hombre ...
-- Mira... --murmuró el primera hombre--. Oh, mira, allá...
A kilómetros de distancia, precipitándose, un cántico y un rugido, el dragón.
Los hombres vistieron las armaduras y montaron los caballos, en silencio. Un monstruoso ronquido quebró la medianoche desierta, y el dragón, rugiendo, se acercó, y se acercó todavía más. La deslumbrante mirada amarilla apareció de pronto en lo alto de un cerro, y en seguida, desplegando un cuerpo oscuro, lejano, impreciso, pasó por encima del cerro y se hundió en un valle.
-- ¡Pronto!
Espolearon las cabalgaduras hasta un claro.
-- ¡Por aquí pasa!
Los guanteletes empuñaron las lanzas y las viseras cayeron sobre los ojos de los caballos.
-- ¡Señor!
-- Sí, invoquemos su nombre.
En ese instante, el dragón, rodeó un cerro. El monstruoso ojo ambarino se clavó en los hombres, iluminando las armaduras con destellos y resplandores bermejos. Hubo un terrible alarido quejumbroso, y un ímpetu demoledor, y la bestia prosiguió su carrera.
-- ¡Dios misericordioso!
La lanza golpeó bajo el ojo amarillo sin párpado, y el hombre voló por el aire. El dragón se le abalanzó, lo derribó, lo aplastó, y el hombro negro lanzó al otro jinete a unos treinta metros de distancia, contra la pared de una roca. Gimiendo, gimiendo siempre, el dragón pasó, vociferando, todo fuego alrededor y debajo: un sol rosado, amarillo, naranja, con plumones suaves de humo ensordecedor.
-- ¿Viste? --gritó una voz--. ¿No te lo había dicho?
-- ¡Sí! ¡Sí! ¡Un caballero con armadura! ¡Lo atropellamos!
-- ¿Vas a detenerte?
-- Me detuve una vez; no encontré nada. No me gusta detenerme en este páramo. Me pone la carne de gallina. No sé qué siento.
-- Pero atropellamos algo.
-- El tren silbó un buen rato; el hombre no se movió
Una ráfaga de humo dividió la niebla.
-- Llegaremos a Stokely a horario. Más carbón, ¿eh, Fred?
Un nuevo silbido, que desprendió el rocío del cielo desierto. El tren nocturno, de fuego y furia, entró en un barranco, trepó por una ladera y se perdió a lo lejos sobre la tierra helada, hacia el norte, desapareciendo para siempre y dejando un humo negro y un vapor que pocos minutos después se disolvieron en el aire quieto.

-- Más sobre Bradbury en http://cuadernociclista.blogspot.com/2017/08/bradbury_3.html

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